
La luz de la habitación aún permanecía encendida. La puerta estaba cerrada con llave y de la mesilla sobresalía una pequeña botica, formada por numerosos frascos de medicamentos, que incluía desde antihistamínicos hasta pastillas sedantes y jarabe para la sinusitis. Pero curiosamente junto a ellos no aparecía ningún vaso con agua que facilitara su ingestión.
El cuerpo desnudo de una mujer yacía boca a abajo sobre la cama, y sobre la almohada se desplegaba sin ningún orden varias mechas de cabello rubio platinado. Las sensuales formas femeninas estaban abrigadas únicamente por un sueño profundo o eterno. Y en su mano derecha mantenía asido, pero sin ningún tipo de presión, el auricular del teléfono. Daba la sensación de haberse quedado dormida mientras hablaba con su interlocutor o esperaba que alguien contestase del otro lado de la línea...
Aunque se trataba de la realidad, parecía que todos estos elementos formaban parte de una obra teatral, cuyo escenario sólo podría verse a través de una pequeña ventana, esperando a que el espectador, asomándose de puntillas y con mucha discreción, pusiera el final trágico de una escena aún no escrita. Porque en esa habitación murió en la madrugada del 4 al 5 de agosto de 1962 la actriz Norma Jean, y nació el mito de Marilyn Monroe.